El amor en su lugar, 2021
Obra maestra.
Inspirada en hechos reales. Narra la historia de un grupo de actores que en el gueto de Varsovia, en plena Segunda Guerra Mundial, estrenan una obra de teatro que intenta paliar la dura vida de los judíos.
Dos líneas. Esas dos líneas sólo representan una ínfima parte de todo lo que me ha emocionado este maravilloso filme de Rodrigo Cortés.
Rodrigo Cortés coescribe junto a David Safier y dirige esta película que es un canto al arte en sí mismo. Comenzando por la historia, hablemos claro, esta historia se ha narrado mil veces y se seguirá narrando. No tiene grandes elementos, tiene unos cuantos clichés, su trama se desarrolla excesivamente rápida, además está llena de convenientes que casualmente vienen perfectos para el desarrollo de la misma... Sí, tiene todo este conjunto, ¿y qué? Lo importante es como nos los tratan, de qué manera nos los narran y es sin ninguna duda sin nada de paternalismo. Con un armazón férreo se genera una historia de la vida que por muchos años que pasen seguirá siendo válida. Ciertos diálogos podemos descubrir al genial Cortés dando sus pequeñas pinceladas y frases perfectas para momentos idóneos que siempre funcionan.
Pues bien, si tenemos una historia que podríamos decir simple, contada ya mil veces; lo que no han hecho es contárnosla de esta manera. Nos han <<simplificado>> la Segunda Guerra Mundial a un teatro, a una obra musical, en la que no se habla de campos de concentración, ni cámaras de gas, ni nada. Sólo se habla de personas. De como esas personas intentan artísticamente transmitir lo que es vivir en un gueto con hambre, frío y miedo. Y nos lo cuentan visualmente con una potencia abrumadora. Como se mueve la cámara entre bambalinas, en el escenario. El ritmo interno de las secuencias, sin contar con el ritmo generado por el montaje (del propio Cortés) es una combinación envidiable. Hay una serie de plano, ya llegando al final, que son de una potencia visual deslumbrantes y con un poder narrativo sin igual que jamás pensé que tal combinación pudiesen funcionar tan bien. Sí, el plano inicial de la película es una declaración de intenciones en toda regla y merece ser estudiado frame a frame.
La otra gran pata de la película es su banda sonora. Es una película musical, no se nos olvide, la obra que representan en el teatro es un musical que existió de verdad. La música no ha sobrevivido a nuestros tiempos, pero sí las letras de las canciones. Por lo que, el genio de Víctor Reyes ha realizado una banda sonora ad hoc para esas canciones y se genera todo tipo de sensaciones, emociones... Que te recorren todo el cuerpo y que acaban estallando en los últimos minutos de la película, donde juntas la tensión de la historia, de los planos de Rodrigo Cortés y la música que estallas en una llorera que parece no acabar nunca.
Antes hemos hablado un poco de algún plano, bueno pues por extender un poco más. La película técnicamente es sublime. Ya no sé como hace Rodrigo Cortés para tener a los mejores operadores con él, en este caso es Rafael García, que ya no solo por la elección de planos, ubicación de cámara, juegos de profundidad de campo, de todo. En una sola secuencia te utiliza tres formas de narración visual totalmente mezcladas y funcionales que además le añades la luz tan natural que tiene el filme que te termina de estallar el cerebro por lo bien que funciona todo.
Los actores, al no ser excesivamente reconocidos, dan una frescura y una sensación de improvisación que de nuevo elevan la película otro peldaño más. Aunque bien es cierto, que el personaje clave es el encarnado por Clara Rugaard.
Sin más, os imploro que veáis la película (si es en el cine mejor que mejor). No os perdáis la magia que sucede en la pantalla, como todos los elementos se combinan y crean un filme que traspasa los marcos de la pantalla y se te meten del corazón para siempre.
Puntuación: 10/10
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